viernes, 19 de noviembre de 2010

El retorno a la cascada de los gorilitas



-
En la inmensidad de las montañas y los bosques añosos, se murmura una historia, una historia incógnita y llena de misterios, pero que todos, hasta en los más remotos rincones del bosque conocen, porque revelaba en cada uno de sus capítulos el desarrollo milagroso de cada una de las facetas de la vida…
Según cuentan los ancianos…un grupo de gorilitas revoloteaba juguetonamente, se subían en las ramas para luego lanzarse de ellas con un salto unos sobre otros, se podían oír sus risas alegres y bulliciosas moviéndose donde quiera que se estremecieran los matorrales o donde se escucharan el crujir de algunas hojas. Se encontraban retozando tranquilos bajo el vaivén de los ases luminosos que caían entre las hojas arbóreas en movimiento, serenos también se podían escuchar el silbido del viento que sigilosamente las movía cada una de las ramas y que traía aromas florales de la colina colindante rebosante de dulce y vigorosa primavera, para luego llevarse hasta la próxima colina el húmedo aroma de la tierra fecunda y nutricia que desprendía la milenaria colina de los gorilas. Calmadas también se encontraban las miradas de los gorilas adultos que calidamente guardaban el bienestar del grupo y que intentando cuidar a los gorilitas de su propia osadía les gritaban que no se acercaran demasiado a la cascada.
Sin embargo, el ímpetu de independencia y la curiosidad los empujaba a arrancarse escondidos durante un rato para lanzarse a sus refrescantes y desafiantes caudales. Les gustaba competir unos contra otros, para ver quien se atrevía a lanzarse de más alto, ya que solo los más grandes y maduros se atrevían a lanzase desde donde el cause se cortaba en una estrepitosa caída de treinta y cinco metros, sin duda alguna, era un signo de orgullo el pertenecer a dichoso grupo.
El más joven de ellos miraba como se lanzaban unos tras otros, cada cual tras el vitoreo de los demás, mientras se imaginaba lo maravilloso que podría ser el lograr semejante hazaña. Sus pensamientos iban y venían entre que se daba ánimo para subir y que se inhibía temerosamente llenándose de justificaciones sobre las posibles consecuencias negativas por hacerlo.
Poco a poco se atrevió a subir, pero con solo mirar hacia abajo ya no se atrevía a saltar, ya que se sentía mareado y lleno de pensamientos, como si el fondo de la cascada se acercaba violentamente hasta su cabeza.
Los años no pasaron en vano, el gorilita cada vez se lanzaba de más alto, hasta que un día… su cuerpo por fin era el de un gorila joven, se sentía preparado para saltar, sus pasos eran firmes como la roca que pisaba y el viento soplaba sobre su frente. Saltó sin retorno sobre los vapores generados por el rápido… fue un salto perfecto, como el que siempre soñó, se sumergió fasta el fondo de la poza, donde podía ver a los peces, algas, pirgüines, y tortugas, le gustaba nadar sumergido hasta la otra orilla y mirar hacia arriba como se acercaba a la luz venida desde la superficie.
“¿Qué será esa silueta?” se preguntaba mientras miraba hacia arriba. Grande fue su sorpresa cuando al emerger se encontró con la miraba tímida, coqueta y curiosa de una gorilita. “Pareces un sueño ¿Quién eres?”, le preguntó el gorilita, “Estaba mirando como saltabas de la cascada”, le contestó. Sus miradas y pestañeos, eran inocentes, puros, sencillos y sinceros, así como lo era también el sonido del agua, el frío de las rocas, los acogedores árboles brindándoles su sombra, la cálida luz del sol, la suavidad del viento soplando y toda la naturaleza que los rodeaba, mostrándose tal cual eran, sin nada más que ellos.
Desde ese día su relación se hizo cada vez más profunda, les gustaba escuchar a los pajaritos cantar, ver el nacimiento de las liebres, salir a caminar o corretear por los pasajes del bosque y durante las tardes mirar el atardecer desde el peñasco más alto de la montaña.
Una fresca mañana los gorilitas, casi sin darse cuenta, fueron perdiendo sus huellas en un misterioso lugar que nunca habían explorado. Al parecer, se trataba de las antiguas ruinas de una ciudad antigua, perdida en la frondosidad y en el tiempo. Eran los registros olvidados de una gran civilización extinta hace millones de años.
Se adentraron en lo incógnito de sus construcciones, oscuras y enmohecidas. Sus paredes, cielos y suelos se encontraban llenas de signos, de los cuales emanaba el murmuro de profundos secretos y heroicas historias.
Los gorilitas iban todos los días, era su escondite, lo pasaban muy bien… hasta que un día de sorpresa los asaltó una cuadrilla de camionetas llenas de cazadores, los gorilitas salieron corriendo, pero ella cansada no podía seguir el paso, hasta que la atraparon. El gorilita se escondió aterrorizado en medio de un viejo tranco apolillado, pensaba que su compañera venía detrás de él, lo único que podía hacer era mirar atónito como se la llevaban.
El gorilita se sentía culpable, con miedo a que en cualquier momento podían volver los despiadados cazadores que se habían llevado a su querida gorilita, deambulaba triste por el bosque, abatido, como sin razones para seguir, acercarse a la cascada y a los otros gorilas le traía los recuerdos de su amada compañera; es por eso que pasaba los días solo y triste.
En un ataque de ira, impotencia y frustración, corría desesperadamente por todos los lugares por los que habían paseado alguna vez con la gorilita, esperando mágicamente encontrarla en uno ellos. Corría por los bordes del río, corría hasta la cima de la montaña, corría por los diferentes pasajes del bosque y por cada uno de los pasillos las ruinas. Estaba cansado, simplemente se sentó a llorar.
Con sus ojos aún mojados, se dio cuenta de un extraño pasadizo. Entró por el, para ver de que se trataba. De repente, comenzó a sentir como la firmeza bajo sus pies crujía, intentó escapar, pero el piso cedió rápida y estrepitosamente.
Se precipitaba por un resbaladizo pasadizo subterráneo, no sabía donde llegaría, doblaba a la izquierda y luego a la derecha cada vez más rápido.
¡Bum!... salió volando hacia el exterior del pasadizo. Se encontraba en un lugar que nunca había visto, unos pastizales baldíos fuera de una industria, se encontraba en las afueras de una gran ciudad que se podía avistar a poco más de dos kilómetros.
Caminó hasta la ciudad, todo ante sus ojos era novedoso, sin embargo, más extrañados se sentían las personas que pasaban por su lado mirándolo raro, se preguntaban que es lo que hacía un gorila caminando por la ciudad. Pero el no hacía caso a las miradas extrañadas y simplemente seguía adelante.
Cuando llagó al centro de la ciudad, descubrió el zoológico, donde había muchos animales, esto le pareció curioso de manera que decidió entrar. Grande fue su sorpresa cuando encontró a su querida gorilita en una de las jaulas, se acercaron y tomaron sus manos entre los barrotes, ¡estaban tan emocionados!
El dueño del zoológico, creía que la benevolencia era la naturaleza original del universo, por eso se dedicaba a rescatar a los animales atrapados por cazadores, era un hombre sensible, que se conmovió tanto con la escena de los gorilitas reencontrándose que decidió devolverlos a su hábitat natural, dentro de la reserva.
Varios años después un grupo de pequeños gorilitas revoloteaba juguetonamente a la orilla de la cascada. Los gorilitas rescatados por el dueño del zoológico habían madurado y les contaban a los más jóvenes sus aventuras y las lecciones que habían aprendido de ellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario