sábado, 17 de abril de 2010

¿Qué es merecer?

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Actores que se hacen a sí mismos en un abrir y cerrar de ojos, periodistas sin titulación alguna pero con un gran talento aparente, presentadores sin demasiada trayectoria profesional que cosechan éxito tras éxito, ejecutivos que surgen de la nada expandiéndose como la espuma. ¿Cuántos casos conocemos de personas que sin demasiada preparación consiguen logros inesperados hasta por ellos mismos?

La psicóloga Pilar Varela, en un artículo publicado recientemente por la revista Muy Interesante, nos da un ejemplo claro de este síndrome: Beatriz no se cree en absoluto los halagos de sus compañeros cuando la presentan como una abogada excepcional, inteligente y con mayor proyección dentro de su grupo de trabajo. Al felicitarla por su último caso ganado, alega sinceramente que el resultado ha sido fruto del azar o simplemente de que el abogado contrario no era demasiado competente, o que el caso era particularmente sencillo. Ella nunca cree en su talento y capacidades.

Personas de éxito, del perfil de Beatriz y con aparente sensación de seguridad, en entrevistas con sus psicólogos confiesan un sentimiento de engaño hacia los demás, acompañado además por el temor oculto de decepcionar a su entorno y las expectativas de éste sobre sus resultados.

Según indican los estudios realizados, estos individuos que atraen el éxito mantienen en común un pasado difícil. En muchos casos, vienen de familias exigentes poco dadas al reconocimiento y con hermanos de personalidad muy diferente, más afín a sus ancestros. Por tanto, existe una brecha en cómo es percibido por sus familiares y cómo le perciben los demás.

Un grupo proclive es el de los jóvenes brillantes, según explica la psicóloga Pilar Varela. Jóvenes ejecutivos que consiguen empleos de alta responsabilidad sin apenas experiencia. Consultores que asesoran a banqueros, a directores generales y a personas más preparadas que ellos, o médicos jóvenes que adquieren importantes responsabilidades.


Externalización de los triunfos e internalización de los fracasos

Pilar Varela cita en su artículo algunos ejemplos de esté fenómeno que aparenta una ausencia de ego, y una sensación de que su éxito va mas allá de sus habilidades mentales. Casos como el de la actriz de Hollywood Jodie Foster, quien ha declarado no sentirse merecedora de sus triunfos, o el actor Paul Newman, temeroso de que alguien ponga en entredicho sus galardones; o como Sonia Sotomayor, primera hispana en el Tribunal Supremo estadounidense que no deja de dudar de su capacidad. El “impostor”, por regla general, no espera fracasar; sabe que triunfará, pero se quita a sí mismo el mérito de haberlo conseguido, desacreditando las valoraciones de los demás.

Lo que en términos profesionales se denomina externalización de los triunfos, pude ser una declaración sincera de una realidad cada vez más evidente de que el destino de una persona no está tan relacionado como pensamos con actitudes personales como la capacidad intelectual, la astucia, la lucha, la sagacidad y el esfuerzo por conseguir metas.

Es por ello que en un mundo donde todo se mide por el poder de la mente y la acumulación insaciable de información y conocimiento, a dichas personas les nace un temor creciente ante la posibilidad de fracaso y culpabilidad por la diferencia entre sus actitudes y su posición social o profesional. Sienten que lo obtenido no ha sido logrado por méritos personales sino por la fortuna, y por el contrario, que lo perdido es consecuencia de su falta de preparación.

El ser humano ha pasado de dar gracias por los alimentos y bendiciones que recibe en la vida, a reclamar con autoridad las cosas que cree que le pertenecen. Esta es una consecuencia de la soberanía del ego en esta sociedad actual que pretende poder controlar y conseguir todo por sí misma.

Sin embargo, el pensamiento tradicional de muchas culturas del mundo apuntaba más bien al carácter moral de la persona. Las enseñanzas muy profundas hablaban de la importancia que tenía el acumular virtud en nuestras vidas por medio de tolerar dificultades y sacrificios, así como hacer cosas buenas y desinteresadas. Se entendía que el éxito en nuestra vida no es más que un intercambio por nuestras virtudes adquiridas.

La estabilidad de las personas viene por la virtud y no por el éxito, y éste no es más que una situación externa para poner a prueba nuestra virtud.

Si perdemos cosas materiales o fama, la pérdida es pequeña. Si perdemos la virtud, habremos perdido todo. Entonces ¿por qué no cambiar el síndrome del impostor, por el síndrome de la virtud?

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