Cecilia Aracena, Carmen-Gloria Silva y Rodrigo González,
2016.
Resumen:
En este trabajo pretendemos
contribuir al análisis exponiendo una nueva visión en materias de educación y
del rol psicosocial argumentados desde el modelo de la complejidad. Planteamos un análisis en donde
existe un escenario con predominio del paradigma moderno; de control, de
certidumbre, de lo cuantificable, de lo simple y de la necesidad apremiante de
solucionar los problemas. Argumentamos nuestra visión desde el paradigma complejo,
en donde las estrategias a intervenir consideran, principalmente, lo dinámico,
lo flexible, la incertidumbre, lo cualitativo, el proceso sin ideas
predeterminadas y la intervención transdiciplinar. Examinando la forma en que se
manifiesta el modelo clásico, proponemos la necesidad emergente de observar la
realidad desde la complejidad, desde una nueva perspectiva que implique nuevos
modos y estrategias que asuman lo difuso y multifacético del rol psicosocial
como aspectos positivos y contextualizados a la educación actual.
Palabras clave:
educación, psicosocial, paradigma moderno, paradigma complejo.
La
educación formal a nivel nacional e internacional se encuentra atravesando una
profunda crisis. (Calvo, 2012). El actual modelo educacional, basado en el
paradigma clásico de la modernidad, requiere de manera apremiante una
transformación contextualizada en un paradigma de mayor complejidad. Los retos
y desafíos que debe enfrentar hoy la educación requieren de cambios
sustanciales y estructurales, no sólo mejoramientos de lo ya existente.
Uno
de los importantes desafíos en educación consiste en generar una visión más
integral, pertinente al contexto, más flexible y sostenida en el tiempo.
En
relación a los estándares educativos, argumentamos (basándonos en la Teoría del
Caos), que las intervenciones psicosociales deben responder a un trabajo de
procesos no rigidizados ni preestablecidos. Consideramos las intervenciones de
procesos sistematizados y disciplinados como una intervención pertinente siempre
y cuando se conceptualicen los procesos como fluctuantes, impredecibles,
dinámicos y flexibles. Argumentamos
desde un constructivismo social en el que la realidad no se encuentra
determinada y donde las interacciones avanzan en la medida de cómo se
desarrollan.
Actualmente,
el trabajo de proceso está obstaculizado en las escuelas, en el contexto de las
demandas externas a las que están expuestos los establecimientos (Ministerio de
Educación, Agencia de Calidad, Superintendencia de Educación, etc.). Las
escuelas deben responder prioritariamente a lo curricular formal, en
contraposición a las intervenciones psicosociales y a trabajos de proceso. El
énfasis se encuentra en la evaluación externa y en responder con resultados
cuantitativos y comparables.
Sumado
a lo argumentado sobre el trabajo de procesos flexibles, destacamos el rol
difuso de los agentes psicosociales en las escuelas. A menudo observamos que la
difusión de un rol es considerada negativa, tanto para los profesionales del
área psicosocial como para la mirada externa de la comunidad en general, lo
cual responde a un paradigma clásico del modo de comprender la realidad. No obstante, entendemos que al trabajar desde
el dinamismo y la flexibilidad, un rol multifacético tiene mayor capacidad para
responder a procesos impredecibles, es por ello que no creemos en la negatividad
del rol difuso.
La
escuela como agente de cambio no queda ajena a todas las transformaciones que
desde allí se originan. Estamos planteando cambios significativos en el sistema
educacional formal, que irán acompañados de modificaciones profundas de nuestra
sociedad.
Paradigmas y educación
Es
relevante comprender la educación, bajo la mirada histórica de los paradigmas
en los cuales se ha ido desarrollando y adquiriendo validez, entendiendo que la
educación se da en un contexto social.
Bajo
la propuesta de Kuhn, Marín (2007) refiere que un paradigma es un conjunto de
valores y saberes compartidos colectivamente, de manera implícita o explícita. Edgar
Morin (2005) aporta que los paradigmas
son profundas inscripciones que comparten los individuos y las comunidades, y
que tienen un carácter semántico, lógico e ideológico, ya que da sentido sobre
la forma en cómo se comprende la realidad, brindando una base de creencias sobre
las cuales los individuos se desenvuelven. De esta forma, el paradigma se
conforma con aportes científicos, filosóficos, políticos, económicos, sociales,
entre otros, e implica una revolución en la forma de pensar, sentir y producir
la realidad.
Desde
el siglo XVII hasta el siglo XIX, surgen las bases del paradigma moderno, cuya
influencia repercute hasta hoy. En él, predominan las ideas de inmutabilidad de
la naturaleza, la comprensión de los átomos como partículas indivisibles e
inmutables que componen todo lo existente, la suposición de que el mundo es
dado y la concepción mecanicista. Este paradigma se fundamenta también en la
simplicidad y la dualidad cartesiana, sobre la base del determinismo,
causalidad y predicción. (Sotolongo y Delgado, 2006; Gómez, 2010)
Tal
vez usted se pregunte ¿Qué relación tiene esto con la educación? Desde una
mirada epistemológica, podemos comprender históricamente que el proceso
educacional formal, ha otorgado valor a un conocimiento, inmutable y acabado,
que es necesario transmitir. ‘El profesor sabe (culturalmente hablando), que la
naturaleza es inmutable y su movimiento es mecánico y que, al estar conformada
de ladrillos newtonianos, sean átomos, personas o entidades discretas, se
puede, sobre ellos, establecer relaciones causales e identificaciones
transmisibles’ (Gómez, 2010). Así, desde la dualidad sujeto-objeto, se intenta
acercar al estudiante a una verdad objetiva, cuyo objeto de conocimiento es
externo a él, y que al ser inmutable, es posible de ser medido y cuantificado.
En este diseño pedagógico, basado en el modelo científico moderno, el
estudiante adquiere un rol pasivo y se convierte también en un objeto de
estudio, sujeto a las pruebas estandarizadas que evalúan sus resultados e
intentan homogeneizarlo.
Los
paradigmas marcan ciclos históricos, pero se van transformando, cuando se
acumula una cantidad crítica de evidencia que cuestiona el antiguo paradigma. La
revolución científica que estamos viviendo está posicionando un nuevo paradigma,
llamado complejo. Encontramos antecedentes de la complejidad en descubrimiento
de la física cuántica, las investigaciones de Humberto Maturana y Francisco
Varela sobre la autopoiesis, la Teoría General de Sistemas propuesta por
Bertalanffy, la Teoría Cibernética de Wiener, las propuestas cibernéticas de
segundo orden de Foerster, Teoría del Caos, Teoría de los Fractales, Teoría de
los conjuntos difusos, entre otras.
Este
nuevo paradigma se basa en la valoración de lo complejo, y no pretende
simplificar la realidad. Gómez (2010) menciona que se caracteriza porque en él
desaparece el sentido de lo divisible, y se posicionan las entidades difusas e
imposibles de aislar. La relación sujeto y objeto del conocimiento no puede ser
escindida, por ende la comprensión de la realidad no se reduce a esferas
aisladas, sino más bien requiere de una mirada transdisciplinaria, que permita
la integración contextual del sujeto en su faceta cognitiva, emocional y
valórica. La realidad se entiende como una multiplicidad de relaciones, en la
que el sentido de linealidad, simplicidad y predicción pierde valor (Munné, 2004).
El cambio es inherente, por lo que la realidad no está dada de antemano, sino
que se construye en la práctica. Existe una nueva concepción de realidad, que
es comprendida como un proceso, ya no como una entidad final acabada (Delgado,
2004).
Podemos
decir entonces, que en lo que respecta al ámbito educacional, bajo este
paradigma, el alumno no debiese ser considerado como un objeto, sino como un
sistema en sí, en constante relación con su entorno, por lo que también debe
comprenderse desde el tejido social en el cual se desarrolla. El conocimiento
no se transmite, sino que es dinámico, emergente y se construye en las
relaciones, por lo cual debiese existir en la educación formal actual una
valoración del proceso de aprendizaje, en el que el caos y la incertidumbre
deben ser reconocidas como parte inherente a él. Es difícil observar esto en la
realidad educativa actual, pareciese ser que el paradigma clásico, con su
mirada reduccionista, sigue imperando en las escuelas, por lo que urge una
coherencia interna entre el enfoque de la educación formal en Chile, con el
paradigma complejo en el cual nos estamos desenvolviendo. Con esto, no queremos
invalidar al paradigma clásico, sino reconocerlo como válido en el contexto
histórico en el que se desarrolló, pero asumirlo como desfasado e inapropiado para
las demandas actuales. Este desfase educacional surge a partir de las tensiones
entre ambos paradigmas, siendo el paradigma clásico insuficiente para dar
soluciones a los cambios y complejidades de hoy.
Lo psicosocial en la educación
Ya sea que asumamos la educación como un sistema de socialización
orientado al desarrollo humano, o si la contemplamos como un dispositivo
fundamentalmente pedagógico que sirve para múltiples exigencias de la
estructura económica y política, parece lógico considerarlo como un proceso
psicosocial inserto en un contexto determinado, por ello, al definir lo
psicosocial en el contexto educativo, se vuelve insoslayable preguntarnos ¿Qué
hemos de entender por una buena educación? y ¿De qué modo lo psicosocial
es parte de dicha calidad educativa?
De cualquier modo, el trabajo psicosocial dentro de las escuelas se ha
considerado tradicionalmente como un elemento accesorio a su funcionamiento
vertebral, pues una serie de servicios públicos han encontrado en el territorio
escolarizado condiciones ideales para prestar servicios de salud, alimentación,
guardería, integración social, etc. Considerando esto, el trabajo psicosocial es
percibido por la escuela como una carga extra que impide concentrarse en
lo estrictamente pedagógico (Leal, 2005).
Por otro lado, la escuela no puede desconocer la necesidad de establecer
una base de condiciones mínimas de bienestar biológico, psicológico y social
para el logro de los aprendizajes, aceptando a regañadientes la instalación de
programas externos. Igualmente, es imposible realizar una gestión escolar sin
considerar los aspectos psicosociales del proceso organizacional. Tampoco puede
la escuela desentenderse de los objetivos transversales, que implican
inevitablemente una consideración psicosocial.
En el contexto nacional chileno, hace menos de una década, el trabajo
psicosocial en la escuela se redefine, vía legislativa, como conjunto de
dispositivos internos a la escuela que pueden funcionar en forma relativamente
independiente del trabajo pedagógico cotidiano. Por ejemplo, durante 2008
se establecen las bases de la Ley de Subvención Escolar Preferencial (SEP),
desde 2009 se instalan los Proyectos de Integración Escolar (PIE) y en
2011 se crea la figura de un encargado de convivencia en la Ley de Violencia
Escolar. En estos casos, lo psicosocial sigue contemplándose como una actividad
anexa o de apoyo a su función principal.
El trabajo psicosocial es juzgado como un extranjero que viene a
colonizar el territorio educativo, imponiendo sus propias lógicas de
funcionamiento en un espacio que no le es propio. Por ello, el trabajo
psicosocial es conceptualizado como una “Intervención”, lo que evoca una acción
violenta que interrumpe un proceso natural, tal como una intervención
quirúrgica.
Poniendo atención a las prácticas cotidianas, el trabajo psicosocial en
contextos educativos resulta más complejo, fluctuante y multifacético que lo
que se establece en las normativas vigentes, puede asumir funciones tan
diversas como: selección de personal, preparación de actos, visitas
domiciliarias, gestión en red, denuncias judiciales, planificación de material
de orientación, campañas, intervención en crisis, matrículas, actividades
extraprogramáticas, etc. De este modo, el rol y los límites del trabajo
psicosocial se vuelven extremadamente difusos.
En resumidas cuentas, el trabajo psicosocial en la escuela es percibido
como un elemento difuso y foráneo. ¿Cómo entender este fenómeno? Argumentamos
que esto se da por el choque entre el paradigma moderno y el complejo en la
educación. Como explica Calvo (2012), el sistema educativo ha trazado un mapa
para guiarse sobre el territorio educativo y cultural, sin embargo, ha olvidado
las prácticas cotidianas y contextualizadas, para confundirlas con programas,
políticas, leyes y decretos que deberían cartografiar el territorio educativo,
mas nunca reemplazarlo. Así el sistema educativo formal ha definido reformas
educativas que imprimen en el mapa escolar imágenes cada vez más meticulosas,
arbitrarias y rígidas, destinadas a reproducir relaciones preestablecidas,
normalizadas y homogeneizadoras. Puede advertirse, que todo ello es reflejo de un
paradigma moderno (Calvo, 2012).
El funcionamiento escolar sustentado en el paradigma moderno, entra en
conflicto con la complejidad y dinamismo del mundo vigente, debido a que
fragmenta los aspectos de la realidad. La
modernidad divide las funciones sociales de las instituciones, delegando en la
familia funciones delimitadas como la formación valórico/afectiva, de cuidado y
sustento, y en la escuela la función instruccional. Por eso, una vez que la
familia se debilita, deposita en la escuela muchas de sus funciones, como la
alimentación o el desarrollo socio-afectivo. Los docentes agobiados
laboralmente, buscan simplificar sus tareas, pasando por alto la complejidad
inherente a los fenómenos que enfrentan, y se niegan a asumir los roles que
antaño eran asumidos por la familia. Para enfrentar esta dificultad, el trabajo
psicosocial en escuelas se restringe a iniciativas aisladas que abordan una o
más problemáticas concretas, ya se trate de charlas sobre sexualidad, bullying,
entre otras. Se pretende así insertar como parte del programa de estudios
algunos núcleos de aprendizaje (o simplemente contenidos) descontextualizados
de las vivencias y condiciones psicosociales.
Como resultado, se genera una completa disociación entre disciplinas,
por ejemplo, resulta llamativa la escisión entre procesos pedagógicos y
psicosociales, puesto que la psicología surge en Chile al alero de las escuelas
de pedagogía, luego se independiza como disciplina para abocarse a otras áreas
y finalmente retorna al ámbito educativo (Leal, 2013). Esta división de
saberes se manifiesta como un desencuentro de aquello que en su principio se
encontró unido.
Replicamos que el trabajo psicosocial no es intruso al ámbito educativo,
muy por el contrario, lo psicosocial le es intrínseco, sin lo psicosocial no
hay relación humana y por lo tanto no habría enseñanza o aprendizaje. Lo
psicosocial no puede ser considerado un dispositivo extranjero en el territorio
educativo, contrariamente, lo ajeno al sistema educativo es la disociación de ámbitos
del desarrollo humano, ello impide cumplir con los propósitos más profundos de
una educación de calidad.
El contexto exige una mirada más integral de los objetivos educativos. Tal
como se expresa en los cuatro pilares de la educación propuestos por la UNESCO,
la enseñanza-aprendizaje no se dirige solamente al saber conocer y el saber
hacer, sino también al saber convivir y el saber ser (Delors, 1996).
Cuando Morin (1999) plantea siete saberes para la educación del futuro,
introduce objetivos educativos como la capacidad de enfrentar la incertidumbre,
la comprensión compleja y contextualización del aprendizaje, y las dimensiones
éticas del desarrollo humano, todas facetas relacionadas con el trabajo
psicosocial.
Lo psicosocial está también ligado a la gestión de establecimientos
educacionales, puesto que El Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad
que ha implementado el Ministerio de Educación en Chile, evalúa además de
resultados estandarizados de pruebas de contenido, otros indicadores de calidad,
tales como: autoestima académica, clima de convivencia escolar, participación y
formación ciudadana, hábitos de vida saludable, asistencia escolar, retención
escolar, equidad de género y porcentaje de titulación, todas variables
relacionadas con el ámbito psicosocial (MINEDUC, 2014).
El mundo que estamos viviendo está interconectado, los fenómenos sin
importar su naturaleza social, psicológica, biológica o educativa se encuentran
entramados en una compleja red de interrelaciones. No hay fenómenos desligados,
que muestren una visión fragmentada de la realidad o una organización de
bloques disciplinarios. Autores como Nicolescu y Morin creen que el enfoque
transdisciplinar logra trascender la visión disciplinar, al superar no sólo el
“objeto” de conocimiento, sino que alude a lo que está simultáneamente entre, a
través y más allá de toda disciplina (Osorio, 2012). Por ello no tiene sentido
que los equipos psicosociales se constituyan como externos, los agentes
educativos son en cierto modo psicosociales y los psicosociales son de alguna
manera educativos, más aún si consideramos que lo psicosocial es, desde
un punto de vista ontológico, una disciplina difusa (Soto, 2001; Munné, 1993).
Dicha difusión disciplinaria es, en cierto modo, una ventaja en un mundo
complejo, sin embargo también envuelve inmensos desafíos. Por eso creemos que
lo psicosocial puede ser un factor clave en el cambio de paradigma en
educación.
Según ha postulado Munné (1993), lo psicosocial se puede estructurar en
distintos niveles de formalización teórica, pasando desde lo micro y concreto
hasta lo macro y abstracto. En ambos casos la transdisciplina sería una fuente
de incertidumbre, puesto que mientras más concretos son los datos son menos
abarcativos, y mientras más abstractos son más imprecisos.
Esto nos conduce a estructurar el trabajo psicosocial en base a
dinámicas participativas, emergentes psicosociales y una flexibilidad que abra
espacios de encuentro para comprender los patrones intrínsecos a la complejidad
de un sistema cultural, dando cabida a las múltiples interpretaciones de la
realidad. Esta dinámica interactiva permite un pluralismo teórico y una
democratización del trabajo psicosocial (Calvo, 2012; Munné, 1993).
La educación se entiende así como una dinámica de creación de nuevas
relaciones, que no se limita a replicar relaciones prefabricadas, como ocurre
en la escolarización (Calvo, 2012). Sin embargo, no debe creerse que se
cambiará la educación simplemente modificando el paradigma que lo sustenta, no
debemos volver a confundir el mapa con el territorio. El paradigma es una guía
macro que ofrece una estructura sujeta a modificaciones en caso que aparezcan
nuevos emergentes psicosociales. Es necesario integrar el cambio a nivel
paradigmático, con iniciativas concretas que emerjan de iniciativas locales y
contextualizadas, al mismo tiempo esto permitirá que las iniciativas aisladas
se integren en un marco macro-cultural. Visto desde lo micro a lo macro,
la articulación psicosocial forma un continuum de carácter escalar, que
podría conferir propiedades fractales al sistema educativo (Munné, 1993).
Como es de esperarse, un cambio cultural de esta envergadura amerita un
trabajo de proceso sostenido en el tiempo, lo que significa que los
establecimientos educacionales, los gobiernos, la estructura productiva y otras
facetas de la realidad se alineen en esta dirección para cambiar aspectos estructurales
que se encuentran asentados desde el paradigma moderno. Ante esto cabe
preguntarse ¿cómo estructurar programáticamente aquello que es difuso, ambiguo,
caótico, no-lineal, irregular, e inestable? Calvo (2012) nos recuerda que sin
incertidumbre no hay aventura educativa, si observamos los sistemas de
educación informal, veremos que el niño o niña danza en medio del caos,
poniendo a prueba en todo momento su experiencia, integrando los procesos
inductivos e intuitivos a medida que aprende. La estructura es útil, incluso
los juegos infantiles tienen reglas, nos sirven como acuerdo intersubjetivo,
pero no debemos olvidarnos que se tratan de simulaciones pragmáticas, de
construcciones que deben estar sujetas a continua revisión (Rodríguez, 2011).
De ahí la importancia radical del trabajo psicosocial, que puede dar a la
educación la posibilidad de navegar en la incertidumbre transmoderna,
integrando dinámicamente las influencias micro y macro sociales en los procesos
de enseñanza aprendizaje.
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