Rodrigo González, 2016.
La educación formal enfrenta
enormes desafíos a nivel nacional e internacional, surgidos desde el mundo
productivo, los movimientos sociales, las nuevas tecnologías, fenómenos
globales y de una realidad que se vuelve cada vez más compleja y vertiginosa.
En este escenario, la estructura, el currículum, la gestión y la didáctica de
la educación deben adecuarse a un nuevo paradigma, que no responde a la lógica
unívoca de la educación clásica o moderna (Hernández, Nieto y Velosa, 2014).
Uno de los desafíos más importantes
del sistema educativo es el abordaje de la transversalidad educativa. La educación
moderna fragmenta ámbitos de la enseñanza en asignaturas, sin embargo, el mundo
actual demanda un abordaje transdisciplinario y dinámico, pues el conocimiento
se presenta interrelacionado y en continua evolución. El avance de la
tecnología pone a disposición el conocimiento acumulado, lo que disminuye la
relevancia de adquirir contenidos, y se vuelven más significativos otro tipo de
objetivos y temáticas que no pueden ser abordados desde una disciplina concreta
y ameritan un trabajo transversal del sistema educativo, además de un
currículum más integral, abierto y ajustado a las dinámicas glocales (Calvo,
2012; Acevedo, 2012).
Para abordar estos enormes
desafíos, desde la década de los 80´ y los 90´, los sistemas educativos han
desarrollado distintas estrategias para abordar la transversalidad: En
Inglaterra se han abordado competencias transversales (cross curriculum
elements) como las habilidades comunicativas, de estudio o resolución de
problemas; En España se ha optado por un
abordaje de temáticas transversales como la sexualidad, el medio ambiente,
educación cívica o para la paz; En
Finlandia terminaron por remplazar el sistema de asignaturas por un modelo
educativo basado en proyectos; En cambio, en Chile se ha optado por definir
Objetivos Fundamentales Transversales (Donoso, Alarcón, Carbonell, Hott,
Magendzo, Marfán, 2003; Halinen, 2016).
Los Objetivos Fundamentales
Transversales (OFT) hacen referencia a las finalidades generales de la
educación, vale decir, en características que se espera que los estudiantes
desarrollen. Estos objetivos son asumidos por el currículum en su conjunto
En un comienzo se abordaron cinco
grandes dimensiones transversales: Crecimiento y Autoafirmación Personal,
Desarrollo del Pensamiento, Formación Ética, Persona y su Entorno, y el Área
Informática (MINEDUC, 2009). Las nuevas bases curriculares redefinieron los OFT
como Objetivos de Aprendizaje Transversales (OAT), que han de concretarse en
conocimientos, habilidades y actitudes (MINEDUC, 2015). Actualmente, se
encuentra en trámite la creación de una nueva estructura de los objetivos
transversales, consiste en 36 OAT que se agrupan en las dimensiones: física,
afectiva, cognitiva, socio-cultural, moral, espiritual, pro-actividad y
trabajo, y tecnologías de la información y comunicación (MINEDUC, 2011).
Como explica Eduardo Castro
(1999), si se revisa la historia, entre los educadores siempre ha existido interés
por la transversalidad, lo realmente innovador de los OFT es el carácter
obligatorio de ellos y por no restringirse a la mera formación valórica. Por
ello se pensaba que los OFT serían ampliamente aceptados y de fácil aplicación.
Se pretendía que como parte del diseño curricular descentralizado establecido
en la Ley Orgánica Constitucional de Educación, los establecimientos definieran
sus mapas curriculares priorizando los OFT que enfatizarían (Azúa, 2007).
Sin embargo, la aplicación de los
OFT vivieron una fuerte resistencia de sectores conservadores, que veían en la
propuesta un intento por ideologizar la educación, cabe destacar el contexto
histórico del país, en transición hacia la democracia, donde el oficialismo
buscaba establecer una base cultural común que sirviera como base de un sistema
democrático robusto. Como resultado, los OFT resultaron de una especie acuerdo
entre distintos sectores con intereses contrapuestos, dando como producto un
conjunto de elementos formativos en conflicto, pero establecidos con suficiente
ambigüedad como para neutralizar las diferencias (Magendzo, 1998; Magendzo,
2015). Análisis al contenido de las políticas públicas en educación han
revelado la existencia de concepciones contrapuestas acerca del sujeto que se
pretende formar, estableciéndose una tensión entre subjetividades al no
definirse una jerarquía determinada (Castro, 1999).
En la práctica, los escasos estudios
que se han realizado sobre la temática han mostrado que el entusiasmo inicial y
la relevancia otorgada a la transversalidad, no se ha traducido en un cambio de
las prácticas educativas, y que en general, la aplicación de esta política
pública ha sido mucho más compleja de los que se pensaba, lo que se ha
traducido en múltiples críticas tanto de forma como de fondo (De la Vega, 2012;
Castro, 2006).
Partiendo por la forma en que se implementaron
los OFT, llama la atención la marginación que ha sufrido la Unidad de
Transversalidad del Estado Chileno del funcionamiento central del Ministerio de
Educación, constituyéndose como una oficina encargada de lo extraescolar, con
escaso presupuesto y un ambiguo sistema de evaluación del impacto de sus
políticas y programas (DIPRES, 2009). La ambigüedad con la que están definidos
los OFT dificultan una adecuada operacionalización y evaluación de los mismos
(Gubbins, Benavente, Cameratti y Reinoso, 2005). A esto se suma que las orientaciones han sido
confusas, por ejemplo, algunas iniciativas de la Unidad de Transversalidad
abordaron “temas transversales” al modo español en vez de “objetivos
transversales” (De la Vega, 2012) o artículos publicados por asesores del
ministerio donde se inserta la transversalidad en la tradición de educacional
en valores (Castro, 1999).
Como resultado los docentes percibían
que no existen herramientas que asociaran los OFT con los contenidos y una
ausencia de orientaciones para realizar una evaluación de los OFT (Fernández y
Jashes, 2001). Tampoco había una preocupación concreta por promover un trabajo
de coordinación entre docentes o con la comunidad educativa, de modo que la
transversalidad se limitaba al trabajo solitario de cada uno de los docentes (Gubbins,
Benavente, Cameratti y Reinoso, 2004)
Entre los valores que subyacen a
la formación docente en Chile se destacan preferencias axiológicas
tradicionales que exaltan el respeto, la honestidad y responsabilidad
(Castillo, 2008). Probablemente por ello, los OFT se entendieron como lo que normalmente
se conoce como educación en valores tradicionales, como el respeto y la
disciplina (Egana, 2004; Gubbins, Benavente, Cameratti y Reinoso, 2004).
En la práctica, la planificación
que realizan los docentes no incorpora los objetivos transversales en modo
explícito, la transversalidad se asume más bien como una práctica implícita en
el diseño de las actividades o metodologías, más que como un conjunto de
aprendizajes, adquieren así un perfil emergente e intuitivo, más asociado al
currículum oculto que a la estructura del currículum oficial (Egana, 2004;
Gubbins, Benavente, Cameratti y Reinoso, 2004; Fernández y Jashes, 2001; Redón,
2007).
En resumidas cuentas, lejos del
ideal inicial de avanzar hacia un currículum crítico, los objetivos
transversales han se han transformado en fundamentos de un sistema de
reproducción del orden social establecido (Marticorena, 2013; Redón, 2007). Se
han asociado a este fenómeno problemáticas tan diversas como la sobrecarga y
responsabilización de los docentes por no ejecutar una educación transversal
exitosa (Castro, 2006), o problemáticas como la violencia escolar, el embarazo
adolescente, o el consumo de drogas y alcohol entre otros (Marticorena, 2013).
Todos estos antecedentes
negativos, han hecho pensar a varios autores sobre una profunda crisis e
inminente muerte del enfoque transversal (Gavidia, 2003). Sin embargo, en un
contexto de grandes reformas al sistema educativo, y la aplicación de las
nuevas Bases Curriculares la transversalidad educativa se vuelve a poner en un
primer plano la relevancia.
Currículum escolar vigente a 2016
|
|
De 1° a 6° básico
|
se aplican las Bases Curriculares que se rigen
por el decreto 439 y 433
|
durante 7° y 8° año
|
se sigue rigiendo por el decreto 614 de las Bases
Curriculares
|
de 1° a 2° medio
|
se rige por el ajuste realizado al Marco
Curricular antiguo *
|
de 3° a 4° medio
|
se rige por una mixtura de Marco Curricular y las
nuevas Bases Curriculares, según se trate de plan Científico Humanista o
formación Técnico Profesional. *
|
* Se espera que progresivamente todo el sistema
educativo se adecue al funcionamiento de las Bases Curriculares.
|
Históricamente también se han
abordado temáticas transversales como núcleos de aprendizaje en algunas
asignaturas, pero por lo general desarticulados de otras asignaturas. Además de
las unidades de Orientación, se abordan temas como sexualidad en biología,
drogas en química, convivencia en historia o algunas habilidades sociales en
lenguaje, todos núcleos de aprendizaje eventualmente pueden abordarse desde una
perspectiva interdisciplinaria.
A ello se ha añadido
recientemente la creación de un programa de formación ciudadana, que aborda
cuatro grandes ámbitos: la capacidad de tomar decisiones autónomas; una
convivencia participativa y respetuosa de las diferencia; la formación ética en
base a principios de cooperación y transparencia; y el desarrollo sustentable.
Ámbitos que pueden abordarse mediante planificaciones curriculares, actividades
extra-programáticas, formación docente, actividades de apertura a la comunidad,
fomento de la participación o actividades de promoción para la buena
convivencia (Eyzaguirre, 2015).
Además la transversalidad asume hoy
una perspectiva más institucional, que releva el rol de los equipos de gestión
y la participación de la comunidad educativa, incorporando aspectos formativos
de la transversalidad. Podemos encontrar este principio en la política en la
mejora de la convivencia, los reglamentos internos, el trabajo psicosocial y
los planes de mejoramiento educativo (MINEDUC, 2011; 2015; 2015a). El Sistema
Nacional de Aseguramiento de la Calidad que ha implementado el Ministerio de
Educación en Chile, evalúa además de resultados estandarizados de pruebas de
contenido, otros indicadores de calidad, tales como: autoestima académica,
clima de convivencia escolar, participación y formación ciudadana, hábitos de
vida saludable, asistencia escolar, retención escolar, equidad de género y
porcentaje de titulación, todas variables que pueden eventualmente abordarse
desde una perspectiva transversal (MINEDUC, 2014).
Aunque se mantiene la estructura
general de los objetivos transversales, el sistema educativo chileno ha
transitado, a falta de orientaciones claras desde un nivel central, por un
sistema híbrido entre objetivos, temas y modelos de gestión centrados en la
transversalidad. La transversalidad ha venido a convertirse en un parche a las falencias
estructurales del sistema educativo que ha dejado en un segundo plano su
función formativa, expresándose como un escaparate de modas escolares, que
cambian momentáneamente la fisionomía de las aulas y permiten escapar
momentáneamente del currículum rutinario, pero no cambian nada en la
articulación curricular. Ante ello cabe preguntarse por la pertinencia de reconstruir
el sistema desde un enfoque de educación global y crítico, que aborde la
escuela desde un paradigma complejo (Travé y Pozuelos, 1999).
Considerar la complejidad del
fenómeno nos obliga a considerar la interrelación de los fenómenos, y evitar la
tentación por simplificar los modelos explicativos, por ello consideramos
imprescindible contextualizar las prácticas educativas, atendiendo al sistema
educativo en sus diversos niveles de organización (ministerio, escuela, aula e
individuo), poniendo atención a las condiciones de educabilidad en que las
prácticas educativas se despliegan.
Transversalidad en contexto: formación y condiciones de educabilidad
La transversalidad es una
estrategia elaborada para formar un tipo ideal de sujeto capaz de vivir en el
complejo y dinámico mundo del siglo XXI, es por definición una actividad
formativa, por ello es importante comprender el sentido y las vicisitudes que
tiene en la pedagogía la formación del ser humano.
Rastreando su origen, notamos que
el proceso formativo (de tomar forma) proviene de una antigua noción biológica que
dice que los seres vivos se desarrollan según un patrón interno. Desde ahí
podemos rastrear esta visión en el pensamiento de Rousseau, Herder o Goethe.
En Rousseau encontramos el primer
esfuerzo claro por diferenciar el proceso formativo del proceso de instrucción (entendido
como el simple acto de ir a la escuela para estudiar y/o tener una profesión). La
formación se plantea como un proceso discursivo para que cada cual tome
conciencia y se convierta en autor de su propio proceso educativo, la formación
es un proceso integral de perfeccionamiento, y que no se restringe a una
institución o materia específica, es más bien un proceso continuo que emana de
la interacción del ser humano con su entorno, por lo tanto, la formación es
origen de un saber práctico de carácter contextual y la educación vendría a ser
el proceso social o contextual que facilita o mediatiza el proceso formativo
del sujeto (Quiceno, 2010).
La formación es un fin en sí mismo,
pero en la práctica la formación suele instrumentalizarse para fines particulares
según el contexto, ya se trate de formación profesional, la formación
artística, deportiva o religiosa, perdiendo así todo su sentido hermenéutico
del concepto (Villegas, 2008).
De la formación se deriva el
concepto de formabilidad o educabilidad (Bildsamkeit). Herbart entiende la
formabilidad como aquel principio operativo que permite al humano trans-formarse,
se refiere entonces a un ser humano que no nace determinado sino que se determina
a lo largo de su vida, en base a los contextos específicos donde se desarrolla
(Runge y Garcés, 2011).
En parte, la preocupación por los
aspectos transversales de la educación emana del actual paradigma económico y
político, que ha elevado la educación como un factor determinante para la
conformación de sociedades prósperas, democráticas y equitativas. Sin embargo, ya
que el ser humano necesita educarse para formarse como tal, cabe preguntarse
por aquellas condiciones que subjetiva u objetivamente contribuyen o dificultan
su formación. Llamamos a todas aquellos prerrequisitos condiciones de
educabilidad o condiciones de formabilidad (López y Tedesco, 2002).
Se ha argumentado que para que
los niños aprendan en la escuela deben estar sanos, alimentados, vivir en un
medio que no les signifique obstáculos para aprender y que hayan internalizado
una serie de actitudes y valores favorables hacia el aprendizaje escolar (López
y Tedesco, 2002).
Sabemos que sectores importantes
de la sociedad que se han incorporado al sistema educativo, no cuentan con
tales condiciones de educabilidad por diversos motivos, pero por otro lado
hemos descubierto que algunos sujetos evidencian una resiliencia destacable
ante condiciones de vulneración (Kotliarenco, Cáceres y Fontecilla, 1997),
también se han descubierto algunas escuelas que logran instruir en condiciones
de vulnerabilidad (Bellei, Muñoz, Pérez y Raczynski, 2004), sin embargo, ello
no es válido para la mayoría o no se aplica necesariamente al ámbito de la
formación transversal.
En nuestra cultura se presume que
tales condiciones de educabilidad deben ser desarrolladas fuera o antes de la
escuela en el seno de la familia, sin embargo, esta atribución de funciones son
una construcción socio-histórica, que bien podría ser asumida por otros agentes
de socialización.
Al cambio en la organización
tradicional de la familia, se suman otras problemáticas como la inestabilidad
de los mercados, los problemas de probidad y la escasa integración social, dando
como resultado un debilitamiento total del tejido social. En este escenario, las
familias están cada vez más solas en su labor formativa, pues no hay
instituciones que le den sostén. Por otro lado ni escuela ni el estado han adaptado
significativamente sus funciones para compensar éstos déficit. Si bien se han
creado programas psicosociales en las escuelas que buscan compensar las
desigualdades y existen prácticas informales de agentes educativos orientadas a
contener a los estudiantes, estas prácticas no cambian nada sustancial en la
lógica general del sistema educativo, que sigue concentrado en la instrucción, y
solo en un segundo plano en su labor formativa.
Hay que considerar en esto una
paradoja: la labor formativa es una condición de educabilidad previa a la
instrucción escolar, pero los objetivos transversales son una actividad
formativa propia del contexto escolar. Entonces, puede que algunos actos
formativos dependan de otros y si algún agente educativo no puede asumirlo han
de coordinarse para que lo asuma otro. Desde esta perspectiva, la educabilidad
no podría ser considerada como una condición previa a la formación escolar, la
educabilidad sería entendida como una propiedad emergente de la articulación
entre contextos educativos.
Prácticas educativas y transversalidad
Al poner acento en los aspectos
formativos de la educación formal, estaríamos dando por entendidas las prácticas
educativas como dispositivos transmisores de disposiciones culturales. Normalmente
se afirma que la pedagogía es un transmisor de modelos de dominación externos a
ella, marcando una diferencia entre el dispositivo de transmisión y lo que es
transmitido, en términos sencillos se distingue el qué del cómo (Bernstein, 1988).
Sin embargo, hablando de transversalidad el contenido corresponde exactamente
con el cómo, el medio es el mensaje, lo que se pretende inculcar es
precisamente el conjunto de reglas que son previas al contenido a ser
transmitido, es decir la lógica interna del dispositivo de transmisión. Ante
ello, lo importante en este caso es el modo en que los dispositivos se
legitiman y el modo en que logran el sincretismo entre distintas lógicas
culturales, todo ello como condición previa para inculcar y legitimidad afectiva
e ideológica del sistema de principios que se pretende inculcar. Y ya que el
cómo -es decir, la prácticas educativas mismas- adquieren tanta relevancia en
la educación transversal, hemos de profundizar en la comprensión de dicho
dispositivo pedagógico.
Respecto de la transversalidad,
resulta especialmente importante comprender los procesos de clasificación, que
definen el nivel de especialización del conocimiento y las fronteras entre los
contenidos (Bernstein, 1988). La transversalidad educativa nos remite a un
currículum integrado donde las fronteras entre las materias están frágilmente
clasificadas y se busca emular las propiedades de una sociedad orgánica que se
une en torno a ciertas representaciones colectivas. Inicialmente se podría
pensar que cuando en la escuela se practique un currículo integrado e
interdisciplinario, esto se podría traducir en identidades docentes más difusas
y relaciones más horizontales de los profesores entre sí, de modo que todos los
profesores trabajarían juntos con cierto grado de autonomía. Sin embargo, ya
que la organización del currículum y la división social del trabajo escolar clasifica
el conocimiento según edades y departamentos, las distintas asignaturas se
vinculan transversalmente entre sí principalmente para establecer los sistemas
de control o enmarcamiento.
El enmarcamiento regula quién
controla el modo en que se enseñará, los códigos a los que se recurrirá, la
selección de secuencias, ritmos y criterios. En un enmarcamiento fuerte el
educador tiene un control total sobre el principio de comunicación, lo que
marca a nivel social una jerarquía evidente, en cambio, en un enmarcamiento
débil se le entrega al estudiante la oportunidad de negociar ciertas reglas
discursivas, pero manteniendo invisibles las reglas jerárquicas en que se
sustenta la autoridad pedagógica (Bernstein, 1988).
Bernstein (1988) identifica tres
funciones del dispositivo pedagógico: la función distributiva adjudica
diferentes formas de conciencia a diferentes grupos y sus consecuentes
posibilidades de acción; la función de re-contextualización se apropia de otros
discursos para insertarlas en el texto instruccional-regulativo, reubicando el
discurso en el plano imaginativo e ideológico; y la función evaluativa
constituye la práctica pedagógica racionalizándola en función del tiempo y
espacio específico, quedando en la evaluación condensado tácitamente todo el
sistema que los constituyó.
Llegando a este punto, pareciera
que todo intento de aquellas pedagogías herederas de Rousseau, que apuestan por
una enseñanza no directiva, son en vano y solo terminan por validar la
autoridad que el rol docente representa, reproduciendo así el sistema cultural
dominante. Asumir las teorías de la reproducción cultural, es especialmente
problemático para el logro de objetivos transversales, puesto que la
transversalidad educativa pretende formar a los estudiantes para el mundo del
mañana, pero en la práctica solo lograría reproducir las relaciones ya
existentes.
Desde las teorías de la
reproducción social, se dice que todo acto educativo es un modo de violencia
simbólica, al imponer ciertas arbitrariedades culturales como legítimas
disimulando las relaciones de fuerza en las que se basan (Bourdieu y Passeron,
1995). En el caso de la transversalidad, la reproducción cultural fruto del
sistema educativo se da por lo general en modo parcial y en sentido distinto al
esperado.
La transversalidad se trata de
una arbitrariedad cultural en sentido estricto, puesto que no son principios
que se funden en alguna evidencia objetivable, como en la física o geografía. Depende
netamente de los procesos de consulta y discusión pública y más específicamente
del criterio de los burócratas que sistematizan estas tendencias.
No obstante, aun siendo
arbitrario no es necesariamente absoluto por diversos motivos:
- En primer lugar, el sistema educativo no puede
asegurar o imponer el sistema de disposiciones interiorizadas en la familia y
otros factores culturales en que se inserta la escuela y la familia, de modo
que puede existir un desajuste entre el habitus del estudiante y la posición
que ocupa en el hábitat escolar (Bourdieu y Passeron, 1995);
- En segundo lugar, aunque los dispositivos
pedagógicos establecen principios distributivos que introducen una lógica
normativa en los contenidos que enseñan, la comunicación humana es intrínsecamente
ambigua y responde a una lógica generativa según el ordenamiento interior del
mismo sistema (Bernstein, 1988);
- En tercer lugar, como dice Weber, la autoridad
puede ser tradicional, carismática y racional, en dicho caso no podríamos
esperar que todos los docentes se limiten a reproducir el sistema, algunos
pueden mantenerlo, otros cambiarlo y otros racionalizarlo (Cataño, 2004).
- En cuarto lugar, la transversalidad educativa busca
inculcar algunos principios de orden superior, que ameritan un involucramiento más
profundo del docente y un contexto de cargas afectivas significativas y
sostenidas en el tiempo. Como es de esperarse estas condiciones suelen darse en
la familia, y no tanto en la socialización segundaria (Berger y Luckmann, 2001).
- En quinto lugar, los docentes, los directivos, las
familias y los estudiantes no responden pasivamente frente a estas influencias
macrosociales, crean activamente prácticas que pueden coincidir o contradecir
lo establecido desde la hegemonía político-económica. En dicho contexto, la
escuela se constituye como una esfera donde se construyen significados en un
interjuego de auto-creación, mediación y resistencia (Giroux, 1985).
- En sexto lugar, el currículum tampoco es un
sistema coherente, es un terreno en disputa, que se instrumentaliza para
legitimar la hegemonía cultural por un lado y crear cambios sociales por otro,
y como tal refleja contradicciones intrínsecas de nuestra sociedad (Silva, 1999).
- En séptimo lugar, aunque asumamos que el docente
se limita a reproducir estructuras externas que le son ajenas, vivimos en una
sociedad incierta donde los mensajes prefabricados quedan rápidamente
obsoletos, esto es así especialmente respecto a temas valóricos donde observamos
una continua renovación de ellos.
Por todo ello, aunque la
autonomía relativa del docente y su escuela refuercen la autoridad pedagógica,
al invisibilizar o disimular relaciones de poder que le subyacen, esa autoridad
no se traduce necesariamente en una imposición exitosa, ello explicaría en
parte porqué la transversalidad educativa ha sorteado tantos obstáculos en su
aplicación.
Si ampliamos la mirada
descubrimos que la transversalidad educativa no depende exclusivamente del rol
docente. Cuando hablamos de práctica educativas, las entenderemos en un sentido
amplio, como todos aquellos actos sociales que permiten el acto educativo (ya
se trate de prácticas ocurridas en el aula, en los patios de las escuelas, en
las oficinas de los equipos directivos, los entornos familiares y comunitarios,
el mercado y el aparato gubernamental completo).
Teorías y discursos subyacentes a la transversalidad: Currículum y Subjetividades
La transversalidad es un aspecto
del currículum educativo, pero el currículum no es solo un texto. La cuestión
central de todo currículum es definir el qué: ¿qué es lo que las personas deben
aprender? Y para establecer ello se construye una teoría o discurso curricular,
que pretenden reflejar o producir un determinado tipo de sujeto y sociedad
(Silva, 1999).
El currículum como herramienta
cultural tiene una dimensión textual que es resultado de fenómenos
intersubjetivos y al mismo tiempo genera fenómenos intersubjetivos. Las
escuelas y el sistema educativo en general están conformados por personas que
comprenden y generan textos desde sus propios marcos interpretativos, los
cuales no coinciden necesariamente con los del resto.
Las teorías subjetivas (TS) se
definen como un tipo particular de creencia de carácter explicativo (supuestos
o hipótesis), que sustentan las personas, acerca de ellos mismos y de su
contexto (Castro, General, Jofré, Saez, Vega y Bortoluzzi, 2012). La riqueza de
estos marcos simbólicos que se condensan en una TS, permiten a las personas
construir su identidad, les ayuda a darle sentido a sus existencias, y a
fundamentar o justificar su comportamiento o las situaciones en que se
encuentran (Krause, 2011). Tomando en cuenta los aportes de Silva (1999), las
teorías curriculares en general, y las teorías transversales en particular,
pueden considerarse como un tipo particular de teoría subjetiva, pues también
se ocupan para explicar fenómenos, construir la identidad y justificar prácticas
o condiciones.
Desde la teoría de cambio
subjetivo (Cuadra, 2015; Krause, 2011; Castro, 2008; Pozo, 2007; Catalán,
2010), se asume que las TS se construyen a través de distintos grados de
elaboración, pasando desde simples asociaciones y creación de constructos
explicativos, hasta construir teorías subjetivas con un nivel de elaboración,
profundidad y complejidad cada vez mayor, donde se involucra a la biografía de
la persona y su contexto como totalidad.
Las TS se originan de las
atribuciones causales (Castro, General, Jofré, Saez, Vega y Bortoluzzi, 2012) y
los contextos socio-culturales (Pozo, 2007). Por ejemplo, cuando un sujeto se
desenvuelve en un medio socio-cultural específico, atribuye su éxito (o
fracaso) a distintas causas, y en base a las teorías subjetivas se definen
expectativas y disposiciones emocionales que a su vez condicionan estados
motivacionales hacia la acción. Por ello la forma en que se construyen las
teorías subjetivas está directamente relacionada con la sensación de
autoeficacia y agencia del individuo.
Silva (1999) clasifica las
teorías del currículum en teorías tradicionales, críticas y pos-críticas. Por
su parte, Bernstein (1988) agrupa las teorías en conservadoras, radicales y
progresistas. Castro (2006) por su parte identifica tres grandes teorías
implícitas en las políticas de transversalidad chilenas a las que nombra romántica,
modernista y posmoderna. Cada una de estas teorías o discursos podría verse
expresados en verbalizaciones, expresiones no verbales y documentos emitidos por
todo aquel que se vea involucrado en la educación, es decir, las encontramos
precisamente en los dispositivos pedagógicos o las prácticas educativas que
hemos mencionado con anterioridad.
Ya que las teorías curriculares transversales
están mediadas en el lenguaje e integradas en narrativas de personas e
instituciones, explorar los relatos y discursos nos ayudará a comprender los
significados subyacentes a las teorías curriculares transversales en el
contexto de un marco cultural específico (Vygosky, 1995; Bruner, 1991). Hallando
los significados también podremos comprender la agenda normativa que da sentido
a los actos sociales (Berger y Luckmann, 2001), veremos ello reflejado en
procesos esquemáticos donde las expectativas y atribuciones de unos afectan las
de otros (Montes y Franco, 2012).
Preguntas y propuestas
Ante las bases teórica planteadas surgen las siguientes preguntas:
.- ¿Qué se entiende por
transversalidad educativa y qué teorías subjetivas hay sobre su aplicación?
.- ¿Cómo trabajan los docentes,
equipos de gestión y equipos ministeriales la transversalidad educativa?
.- ¿Qué condiciones del contexto
facilitan o dificultan la transversalidad educativa?
Todo parece indicar que el aprendizaje transversal se realiza,
solo que en un sentido distinto al esperado en las bases curriculares, y la
posible causa de ello es que la transversalidad es altamente sensible a los
contextos. Por lógica, las prácticas educativas transversales se redefinen como
articuladores de contextos de aprendizaje. Pues el logro de OAT implica
necesariamente desarrollar, políticas educativas, planes de gestión escolar, metodologías
y técnicas didácticas que aborden las condiciones de educabilidad mediante
estructuras curriculares abiertas e interdisciplinarias.
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